Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
PIRATAS DE AMERICA



Comentario

CAPITULO III


De una nueva armazón que hizo Lolonois para ir a tomar

la ciudad de Santiago de León, como también a Nicaragua,

donde murió miserablemente



Lolonois (por su último viaje) se había ganado grandísima opinión en Tortuga, por razón que les dio grandes provechos apropiándose él lo que se suele decir: Ayer maravilla fui, hoy sombra aún suya no soy ; siendo un día rico y ciento pobre. No se daba grande fatiga para juntar, pues le venían a rogar más que quería y había menester, teniendo cada uno tal confianza en él y en su dirección, para hallar su fortuna, que les parecían seguridades exponerse con él a los mayores riesgos y peligros del mundo. Tomó, pues, resolución con sus oficiales para ir hacia la mar de Nicaragua y saquear cuantas poblaciones pudiese, pero antes de proseguir esta historia por satisfacción del lector, haré una pequeña descripción de esta dicha mar y sus costas, a fin que mejor se pueda entender lo que después contaré en la tercera parte, donde hallaréis la toma de Panamá y la descripción de Costa Rica, con láminas en talla dulce.



Según lo que publicó Lolonois, juntó toda su gente, que fueron en todos cerca de 700 hombres, e hizo armar el navío que tomó en Maracaibo, sobre el cual puso 300 personas, y el resto en otras embarcaciones más pequeñas, que eran 5 de manera que en todos eran 6 navíos; asignó su primer alto en la isla Española, en un lugar llamado Baiahá, donde determinaron tomar todas sus provisiones. Hecho esto se hicieron a la vela, encaminándose hacia una plaza, que se nombra Matamaná, que está al lado del mediodía de la isla de Cuba. Sus intenciones eran de tomar todas las canoas que pudiesen encontrar, porque en estas costas viven muchos pescadores de tortugas, que las llevan de allí a La Habana. Tomaron los piratas tantas de dichas canoas (a pesar de aquellas pobres gentes) cuantas hubieron menester para sus empresas, porque necesitaban de aquellas pequeñas embarcaciones, a causa que el puerto donde tenían designio de ir, no es bastantemente profundo para entrar con sus navíos. Siguieron después su curso hacia el cabo de Gracias a Dios, situado en tierra firme, en la altura de 15 grados, latitud septentrional, 100 leguas de la isla de los Pinos; pero estando en mar les sobrevino una pesante calma, con que la sola agitación de las olas los llevó al golfo de Honduras, donde trabajaron mucho para volver a subir de la profundidad en que estaban, pero las aguas y los vientos contrarios les rendían sus trabajos inútiles; además que el navío en que Lolonois estaba no podía seguir los otros y, lo que peor era, les faltaban ya las vituallas; con que fueron obligados a irse a la primera plaza que pudieron hallar, entrándose por una ribera con sus canoas, la cual es llamada agua, y la poseen indios, a quienes robaron totalmente, hallando entre sus bienes cantidad de maíz, mucho ganado de cerda y gallinas. No contentos aún de esto, determinaron de quedar allí mientras pasaba el mal tiempo y, entretanto, saquear todas las villas y lugares que están en la costa del golfo. Pasaron, no obstante, de una parte a otra buscando más vituallas, por no tener lo que les parecía haber menester para el cumplimiento de sus designios y, habiendo buscado y rebuscado en algunas aldeas donde no hallaron gran cosa, llegaron a Puerto Cabello, en cuya plaza se hallan almacenes españoles, que sirven de poner todas las mercadurías, las cuales vienen de país alto para guardarlas hasta la llegada de navíos. Estaba entonces un navío español allí, el cual era fuerte de 24 piezas de artillería y 16 pedreros, que fue luego al punto cogido por los piratas y con él fueron cerca de tierra, saltando en ella y quemando los dichos dos almacenes con todas las otras casas que había, y tomando muchos de los moradores prisioneros, ejecutaron en ellos las más insufribles crueldades que jamás bárbaros inventaron, dándoles atroces tormentos, los peores que podían imaginar. Lolonois tenía por costumbre que poniendo algunos en tormento y no confesando, al instante los hacía tajadas con su alfange o espada, cortándoles la lengua y deseando hacer lo mismo con el último español del mundo. Sucedía muy de ordinario que algunos de los mal aventurados prisioneros, por temor, prometían de mostrar lugares o sitios donde estaban los demás fugitivos, pero después (no sabiendo nada) que no podían hallarlos los dieron la muerte más enorme que a otros.



Muertos y aniquilados todos los prisioneros (excepto dos, que reservaron para mostrarles lo que deseaban) se fueron hacia la villa de S. Pedro, que está cerca de 10 a 12 leguas de Puerto Caballo, con 300 hombres, capitaneándoles Lolonois y dejando por teniente del resto de su gente a Moisés van Vin que gobernase en su ausencia. Caminado que hubo cerca de tres leguas halló una tropa de españoles que tenían formada una emboscada, que les acometieron con valor, y al principio pelearon furiosamente, pero no pudiendo resistir a la furia de los piratas, procuraron huirse, dejando muchos piratas muertos y heridos, y a algunos de los españoles quedaron en el camino estropeados, Lolonois los hizo acabar de matar sin misericordia, cuando les hubo preguntado lo que le parecía a su propósito.



Quedaron, aún, algunos por prisioneros, que no estaban heridos, a quienes preguntó si había más españoles en emboscadas. A que respondieron sí. Hizo llamar uno a uno aparte, haciéndoles interrogación ¿si no habría medio para hallar otro camino que aquél? a fin de contraguardarse. Dijeron todos que no. Después de haber examinado a todos, y viendo no le mostraban otro camino, se encolerizó Lolonois de tal modo, que tomó uno de los españoles y con su alfange le abrió toda la parte anterior, arrancándole el corazón con sus sacrílegas manos, mordiéndole con sus propios dientes, y diciendo a los otros: -"Yo os haré lo mismo si no me descubrís otro camino". Prometiéronle, aquellos mal afortunados, mostrarle otro camino, pero le declaraban era muy peligroso y penoso; con que, por satisfacer a aquel dragón, comenzaron a guiarle. Viendo no le servía, se vio obligado a volver al primero, diciendo con cólera infernal: -Mort Dieu: les Espagnols me le payeront: muerte de Dios, los españoles me la pagarán.



El día siguiente dio en otra emboscada, a la cual acometió con tal horrible furor, que en menos de una hora fueron echados los españoles fuera, y la mayor parte muertos. Creían los españoles disipar y arruinar los piratas desde sus emboscadas, y así se dividieron en diferentes puestos. Dieron, finalmente, en una tercera, donde había otro partido de españoles más fuerte y ventajoso que los precedentes, mas, no obstante, los piratas, echando de pequeñas granadas de fuego a la mano con grandísima abundancia, continuando de tiempo en tiempo, obligaron a este partido del mismo modo que a los precedentes, haciéndoles huir de tal manera, que antes que llegasen a la villa ya eran muertos o heridos la mayor parte. No había sino un solo camino para llegar a dicha villa, que tenían bien prevenido de buenas defensas, y el resto, alrededor del pueblo, estaba plantado de ciertos árboles llamados raqueltes, muy espinosos y más picantes que los triángulos de que en Europa se sirven cuando un ejército debe pasar por un lugar forzoso, siéndoles casi imposible de atravesar por ellos. Los españoles que estaban detrás de dichas defensas, viendo venir los piratas comenzaron a tirar sobre ellos con su artillería, lo cual visto por éstos se agazapaban, y después del rito hecho, daban sobre los defensores con las granadas de fuego a la mano y sus alfanges, haciendo grande destrozo en los de la villa, pero, no obstante, no pudiendo más avanzar, fueron forzados a retirarse por esta vez. Después, tornando al ataque con poca gente, no disparando ningún tiro antes de estar cerca, dieron una carga tan diestra, que de cada tiro derribaban un español.



Continuando de este modo de una parte y otra hasta la noche, los españoles se vieron obligados a levantar estandarte blanco en señal que querían tregua y acordarse con ellos, rindiendo la villa a tales condiciones: que darían cuartel por dos horas a los vecinos. Pedían este tiempo para sacar fuera y esconder cuanto pudieran, y huirse a otra cualquiera plaza circunvecina. Sobre aquel acuerdo entraron en la villa, donde estuvieron las dos horas sin moverse a hacer alguna hostilidad ni molestia, pero después Lolonois los hizo seguir y robar todo cuanto se habían llevado consigo, no sólo todos los bienes, mas sus personas también, haciéndolos todos prisioneros. No obstante, la mayor parte de mercadurías y muebles estaban de tal modo escondidas, que los piratas no pudieron dar con ellas, hallando solos algunos sacos de cuero, llenos de añil o índigo.



Después de haber estado un poco de tiempo y ejecutado grandísimas insolencias (según sus costumbres ordinarias) dejaron la villa, llevándose todo cuanto les fue posible y reduciéndola totalmente en cenizas. Llegando a la costa de la mar, donde dejaron un partido de sus camaradas, hallaron que éstos se habían entretenido en correr tras los pescadores que en aquellos distritos vivían, o venían del río de Guatemala, donde aguardaban un navío que debía venir de España. Finalmente, resolvieron de ir hacia las islas que están de la otra parte del golfo, para limpiar y calafatear sus navíos, dejando entretanto dos canoas delante de la costa o boca del río de Guatemala, para tomar el navío que dijimos se aguardaba allí de España.



El intento principal de su ida a aquellas islas era buscar provisiones, sabiendo que las tortugas de por allí son excelentes y gustosa comida. Luego que llegaron se separaron en tropas, escogiendo cada partido un puesto a parte para la pesca. Cada uno procuraba tejer una red de ciertas cortezas de árboles, llamados macoa, de los cuales también hacen cuerdas y maromas, necesarias al servicio de los navíos, de suerte que jamás tienen falta de tales cosas cuando pueden hallar dichos árboles. Hállanse en aquellas partes muchos lugares donde van a buscar pez, que sacan en grande abundancia, y es de tal modo la cantidad, que corriendo a las orillas de la mar, por medio del calor del sol, hace y se congela con la humedad del agua en grandísimos montones, que se forman a modo de pequeñas islas. Esta pez no se parece a la de nuestras tierras, pero tiene grandísima semejanza a la espuma de la mar en la forma y color, lo cual llaman los naturalistas bitumen. Según lo que juzgo, diré que esta tal materia no es otra cosa que cera, la cual las tempestades echaron en la mar, de la que en los territorios vecinos, las abejas hacen, y de lo más apartado de la mar, los vientos y olas traen a la ribera, pues que ella está mezclada de arena y tiene el olor del ámbar negro que envían del oriente. En aquellos puestos se encuentran cantidades de dichas abejas que labran su miel en los árboles, de donde sucede que estando los panales agarrados a los troncos, sobreviniendo los torbellinos, se desgajan y por la furia del viento son llevados (como dijimos) a la mar. Algunos físicos quieren decir que en esta cera y miel se hace una separación por medio del agua salada, de donde proviene el buen ámbar, y es probable, porque cuando se halla dicho ámbar y lo gustan, tiene un sabor al de la cera.



Volviendo a nuestro discurso prosigo en que los piratas se preparaban en aquellas islas con prisa, por serles llegada nueva de la venida del navío español que aguardaban. Gastaron algún tiempo corriendo las costa de Yucatán, donde viven muchos indios que buscan el ámbar en aquellas riberas; mas pues hemos llegado con los piratas hasta aquí haré, pasando, alguna reseña del modo con que viven estas gentes y del servicio, o culto divino, que practican.



Han estado estos indios más de cien años debajo de la dominación española y cuando tenían necesidad de algún esclavo o criado, enviaban a buscar uno de ellos para que les sirviesen tanto que habían menester. Acostumbraban todos los domingos y fiestas enviar un sacerdote, que por algunos inconvenientes, según que a su modo hallaron (investigados de malas tentaciones), maltrataron el tal sacerdote y abandonaron el culto divino, por cuya razón los españoles les castigaron como merecían, metiendo en prisión muchos de los contumaces. Cada uno de aquellos indios tenía y tiene un dios aparte, al cual sirve y adora. Cosa bien digna de admiración es ver el modo con que tratan a una criatura recién nacida, pues luego que salió del viente de la madre le llevan a su templo, donde hacen un círculo hoyo que llenan de cenizas (sin mezcla de otra cosa), sobre las cuales ponen la criatura, dejándola una noche entera sola con grandísimo peligro, sin que allí se atreva a llegar persona estando el templo abierto de todas partes por donde las bestias pueden entrar y salir. El día siguiente el padre y parientes de la criatura vienen a mirar en las cenizas si alguna pata o pezuña de bestia está señalada en ellas; y si no hallan señal la dejan hasta tanto que algún animal haya dejado impresa alguna de sus patas, al cual consagran la criatura como a su dios, que debe adorar y servir toda su vida, teniendo a la tal bestia por su patrón y protector en todo peligro y necesidad. Ofrecen a sus dioses sacrificios de fuego, donde queman una cierta goma que ellos llaman Copal, y nosotros llamamos Goma Caragna, cuyas humaredas son de un olor muy agradable. Llegado que ha la criatura a ser grande, sus padres le dicen y muestran a quien debe adorar, servir y honrar como a su Dios. Sabiendo esto va al templo, donde hace ofrenda a la tal bestia. Cuando sucede que a cualquiera le hacen algún mal o que por mala fortuna le viene algún desastre, se va a lamentar a la bestia y le ofrece sacrificio, pidiéndole justicia; de lo cual muchas veces acontece que si alguno le ha hecho el mal de que se lamenta, se halla muerto, mordido o maltratado de la tal bestia.



De este modo y con tales supersticiones e idolatrías se gobiernan aquellos míseros e ignorantes indios que habitan todas las islas del golfo de Honduras, como también muchos de los que viven en la tierra firme de Yucatán, en cuyos territorios se hallan deliciosísimos puertos, donde hacen la fábrica de sus casas. Esta suerte de gentes no son muy fieles entre sí, y usan unas extrañas ceremonias en sus casamientos. Pretendiendo alguno una doncella para casarse va primero a hablar al padre de ella, el cual le examina tocante al modo de cultivar los plantíos y de otras cosas, según su fantasía; a cuyos interrogatorios habiendo respondido con aprobación del pretendido suegro le da al joven un arco y una flecha, con el cual armado [y el joven] va a la doncella y la da una guirnalda de hojas verdes mezcladas con muy lindas flores, que debe poner sobre su cabeza, y desechar la que trae (porque es la costumbre que las doncellas anden siempre coronadas de flores), y recibida y puesta se va cada uno de los parientes y amigos a aconsejarse con otros de entre ellos mismos si aquel casamiento será útil y bueno. Júntanse después los dichos parientes y amigos en la casa del padre de la doncella y beben de cierto licor hecho de maíz y, delante de la compañía, el padre da a su hija al novio. El día siguiente viene la nuevamente casada en la presencia de su madre y se quita la guirnalda rompiéndola, dando grandes gritos y lamentándose amargamente, según la costumbre del país. Otras cosas pudiera largamente relatar de la vida y acciones de estos indios, pero seguiré mi asunto diciendo:



Que los piratas tenían algunas canoas de los indios en la isla de Sambale, cinco leguas de las costas de Yucatan. En esta dicha isla se halla mucho ámbar y, principalmente cuando hace alguna tempestad del lado del oriente, de donde las olas traen muchas cosas y muy diversas. Por esta mar no pueden pasar sino pequeñas embarcaciones, por ser poco profunda. En las tierras que esta mar gira se coge mucho palo campeche y otras cosas de este género, que pueden servir a la tintura, muy estimada en nuestras tierras; y sería más, si tuviésemos la ciencia de los indios, que son industriosos en hacer ellos tintura, que jamás muda el color en otro, ni desvanece.



Después de tres meses que los piratas quedaron en aquel golfo, tuvieron noticia que el navío español había llegado y vinieron con prisa al puerto, donde estaba descargando la mercaduría que traía, con ánimo de acometerle; para cuyo efecto, primeramente, enviaron a la entrada de la ribera algunos de sus bajeles a buscar una barca que aguardaban, teniendo noticia estaba cargada ricamente la mayor parte de plata, índigo y cochinilla. Supo la gente del navío que estaba en el puerto, que los piratas tenían designios sobre él; con que se preparó todo muy bien, siendo su artillería cuarenta y dos piezas y muchas más armas y pertrechos, necesarios para su defensa con ciento treinta hombres combatientes. A Lolonois, todo eso le parecía nada, y así le embistió con grande valor, no siendo su navío que de veinte y dos piezas de artillería y otra pequeña saetía para su ayuda; pero los españoles se defendieron de tal manera, que obligaron a los piratas a retirarse; mas, mientras las humaredas de la pólvora estaban aún densas, enviaron (como entre espesas nieblas) cuatro canoas con mucha gente y asaltaron el navío con grande agilidad, haciendo rendir a los españoles.



No hallaron dentro lo que pensaron, pues ya estaba descargado de casi todo, consistiendo la mina en cincuenta barras de hierro, un poco de papel, algunas vasijas llenas de vino, y cosas de este género, de muy poca importancia.



Juntó consejo Lolonois con toda la gente de su flota, proponiéndoles tenía intentos de ir hacia Guatemala, sobre lo cual hubo diversos pareceres; oyéndolo unos con agrado y otros no; principalmente una partida que eran nuevos en tales ejercicios y se imaginaron, al salir de Tortuga, que los reales de a ocho se cogían como peras en los árboles; y habiendo experimentado de otra suerte bien distinta, dejaron la compañía y se volvieron de donde salieron. Los otros, al contrario, dijeron que estimarían más morir de hambre que volverse sin mucho dinero. La mayor parte, también, viendo este propuesto viaje poco acertado se separaron, y con éstos un tal Moisés Vauclein, que estaba en el navío tomado a Puerto Caballo, y se fue hacia Tortuga para cruzar en aquellas mares con otro su camarada, llamado Pierre le Picard o Pedro el Picardo, que viendo a los otros dejar a Lolonois, le dejó también y tomó su rota, costeando la tierra firme y vino, en fin, a Costa Rica, donde saltó a tierra, cerca de la ribera de Veraguas, yendo con sus camaradas hasta la villa de este mismo nombre, que tomaron y saquearon totalmente, no obstante la grande resistencia que los españoles hicieron. Lleváronse algunos moradores hechos prisioneros con lo que robaron, que no fue cosa de importancia, por razón que los habitantes de la villa son pobres, no teniendo algún comercio, sino sólo trabajar en las minas, donde hay algunos de ellos; pero otra persona no busca el oro que los solos esclavos, a los cuales fuerzan a minar, que mueran o vivan, y lavar la tierra que sacan en los ríos cercanos, en los cuales se suelen hallar algunos pedazos de oro grandes como garbanzos. En fin, los piratas no hallaron en el tal robo más que siete u ocho libras de oro, con que se volvieron dejando el designio que tenían antes de pasar hasta la villa de Nata, situada en las costas de la mar del sur, donde habían determinado de ir porque sabían eran todos mercaderes, que tienen todos sus esclavos en Veraguas, poniéndoles temor para no emprenderlo, la multitud de españoles que veían juntar, de unas y otras partes, de que también estaban con seguridad preadvertidos.



Lolonois quedó solo en el golfo de Honduras, por razón que su navío era muy grande para pasar los flujos del mar y riberas como los otros pequeños; allí tuvo grande falta de vituallas, de manera que les era forzoso ir todos los días a tierra para buscar de que mantenerse, y no hallando otra cosa cazaban algunos monos y otros animales de los mejores que podían para su sustento.



Finalmente hallóse en la altura del cabo de Gracias a Dios ciertas islas llamadas de las Perlas junto a ellas su navío dio en un banco de arena, donde se encalló sin hallar remedio para sacarle a profundidad suficiente, aunque le descargaron de toda la artillería, hierro y otros pesos cuanto les fue posible, que no les sirvió de otra cosa alguna; con que hicieron de la necesidad virtud, procurando deshacer el navío, y con alguna madera de él y clavos fabricar una barca larga. Comenzáronlo, y mientras los piratas están ocupados en ello, pasaremos a describir sucintamente las islas sobredichas y sus moradores.



Las islas de las Perlas son habitadas de indios propiamente salvajes, no habiendo casi jamás conversado ni hablado con gentes civiles; son de una estatura alta, muy ágiles para correr, que lo hacen como caballos ligeros; y a zambullirse en el agua son muy propios y diestros, pues de lo más hondo de la mar sacaron una ancora que pesaba 600 libras habiéndola atado un cable abajo con mucha destreza, y tirando de él desde unas peñas vinieron a lograr su intento. No se sirven de otras armas que de las que hacen de madera, sin que mezclen algún hierro, sino sólo (algunos) algún diente de cocodrilo, el cual ponen a modo de púa; no usan de arcos ni flechas, como los otros indios; pero tienen un género a modo de lanzas largas de brazada y media. Hay en estas islas muchos plantíos que tienen cercados de bosques, de donde sacan abundancia de frutas, como patatas, bananas, racoven, ananás y otros muchos, según la constitución del país, cerca de los cuales no tienen casas para sus moradas. Algunos quieren decir que estos indios comen carne humana, y parece que se comprueba, pues en tiempo de Lolonois dos de sus compañeros, uno español y otro francés, se fueron al bosque y habiendo caminado hora y media encontraron una tropa de indios, de quienes fueron perseguidos; pero defendiéndose con sus alfanges, no obstante, se vieron obligados a huir, lo cual hizo el francés con mucha agilidad y el español (que era más pesado) fue cogido por aquellos bárbaros, de quien no se supo más. Algunos días después intentaron ir al bosque, para procurar ver lo que se habría pasado; salieron doce piratas bien armados, entre los cuales estaba el dicho francés, que llevó a los otros y les mostró la parte donde había dejado a sus compañeros; vieron cerca del puesto que los indios habían encendido fuego, y a pocos pasos de allí hallaron los huesos del dicho español bien tostados, pudiendo bien asegurar que asaron al mísero español, de quien aún hallaron algunos pedazos de carne mal mondada de los huesos y una mano que no tenía más que dos dedos.



Pasaron adelante buscando algunos indios, de quienes hallaron una grande tropa, los cuales procuraron huir, por ver muy fuertes y armados a los piratas; que se trajeron consigo a sus navíos, cinco hombres y cuatro mujeres, con los cuales hacían lo posible para darse a entender, y por ese medio comerciar con ellos algunas chucherías, ofreciéndoles algunos cuchillos y corales que aceptaron; dábanles también de comer y beber, lo cual no quisieron aceptar ni probar. Notaron mucho los piratas que en todo el tiempo que los dichos indios estuvieron en sus navíos no hablaron entre ellos una palabra. Viendo los piratas que los indios tenían grande temor por ellos, los presentaron algunas alhajillas, y los dejaron ir, con que al tiempo de la separación hicieron señales de que volverían; pero olvidáronse de tal modo que jamás los volvieron a ver, no pudiendo tener más noticias en toda la isla de estos tales indios, de quienes se cree, y de los otros que allí había, que de noche se pasaron todos a nado a otras isletas vecinas, pues ni pareció más algún indio, ni jamás se vio en toda la circunferencia de la isla alguna barca, u otra embarcación, ni señal de tal cosa.



Entretanto, los piratas deseaban ver acabado el barco largo que fabricaban de la madera del navío que se les encalló, mas considerando tenían obra para mucho tiempo, dieron en cultivar algunos campos, sembrando en ellos fríjoles, que en seis semanas recogieron con otros muchos frutos; tenían consigo mucho trigo de España, bananas, racovent y otras provisiones, con que amasaban pan y lo cocían en hornos portátiles que para ello tenían, no temiendo por entonces morir de hambre en aquellos desiertos. Estuvieron cinco o seis meses de este modo entretenidos, los cuales pasados, y acabado ya su barco largo, determinaron ir a la ribera de Nicaragua a escudriñar si no habría medio de coger algunas canoas para venir a buscar a los que quedaban en tierra y que no cabían en las embarcaciones que tenían; y para que no hubiese alguna disputa entre ellos, echaron suerte para saber cuáles debían ir.



Salió la suerte para la mitad de la gente, que se pusieron en el barco largo y chalupa que tenían consigo, y la otra mitad quedaron en tierra. En pocos días llegó Lolonois a la entrada de la ribera de Nicaragua, donde fue asaltado de la mala fortuna, que muchos días había le estaba guardada, en castigo de tanta multitud de maldades como en su desenfrenada vida cometió. Le descubrieron los españoles e indios, que juntos le sacudieron y a sus compañeros; de tal modo fue, que la mayor parte de los piratas quedaron muertos sobre el campo. Lolonois, con los que quedaron hicieron bastante en escaparse y montar sobre sus barcos, determinando, aún, de no volver a ver los que quedaron en la isla de las Perlas, al no tener otras barcas, que andaban buscando, resolvió de ir a las costas de Cartagena con los designios de buscar lo que querían; pero ya, como harto Dios de tantas iniquidades y llegado el tiempo determinado de su terrible justicia, se sirvió para ministros de ella de los indios de Darién (que los españoles tienen por bravos o salvajes), donde fue Lolonois, llevándoles al suplicio su propia mala conciencia y creyendo hacer en aquella tierra de las suyas, los indios le cogieron y despedazaron vivo, echando los pedazos en el fuego y las cenizas al viento, para que no quedase memoria de tan infame humano. Uno de sus compañeros me dio cuenta de esta tragedia, y me aseguró se escapó él mismo con muchísimo trabajo, creyendo también que muchos de sus socios quedaron en la demanda, como su cruel caudillo, abrasados. Esta es la historia de la vida y fin del infernal Lolonois, que lleno de execraciones y enormes hechos, deudor de tanta sangre de inocentes, murió a manos carniceras, como las suyas lo fueron en su vida.



Los que quedaron en la isla de las Perlas, aguardando la vuelta de los que por mala suerte salieron, no teniendo nuevas de su capitán ni compañeros, se pusieron sobre un navío de cierto pirata que pasó por allí viniendo de Jamaica, con intención de ir a saltar en tierra al cabo de Gracias a Dios, y de allí montar con sus canoas la ribera para intentar tomar la ciudad de Cartago. Estos dos partidos de piratas, ya juntos, se hallaban contentos, los unos por verse libres de sus miserias, pobreza y necesidades donde vivieron diez meses, los otros por verse más fuertes para efectuar más satisfechos sus designios. Llegado que hubieron al dicho cabo de Gracias a Dios, pusieron su gente en canoas, y con ellas montaron la ribera (en todos eran quinientos hombres), dejando en cada una de las embarcaciones cinco o seis personas por guardas. No tomaron vituallas consigo, creyendo hallarían en toda parte muchas, pero se hallaron engañados de su confianza, no siendo fundada en Dios, el cual dispuso que luego que los indios percibieron su mala llegada, se huyeron, no dejando en sus casas provisiones algunas, ni en sus plantíos (que de ordinario cultivan cerca de las riberas), cosa de sustento. Con que en pocos días, después que salieron de sus navíos, estaban tan necesitados y hambrientos, que ya no veían nada, aunque la esperanza que tenían de hacer bien presto su fortuna les animaba, contentándose en su grande aflicción de algunas verduras que hallaban en las orillas de la ribera.



Todo su esfuerzo y ánimo no les bastó para que después de quince día dejasen de comenzar a desmayar de hambre, de tal modo que se vieron obligados a resolver dejar la ribera e irse a las selvas, buscando entre ellas algunas poblaciones donde poder hallar alguna subsistencia, mas en vano, porque después de haber caminado algunos días sin poder hallar consolación para sus hambrientos deseos se volvieron a dicha ribera; habiendo vuelto, juzgaron a propósito bajar a las costas de la mar, no sabiendo descubrir lo que buscaban. Estaban ya tan miserables muchos de entre ellos, que se comían sus propios zapatos, vainas de espadas, de cuchillos y cosas semejantes; de suerte que se hallaban como rabiosos, deseando se les apareciese algún indio para sacrificarle a sus dientes. Finalmente, llegaron a las costas de la mar, donde hallaron alguna refocilación, y la invención de buscar más, que aunque les dio algún alivio, no dejaron de perecer los más, y el resto se disiparon para venir a dar por sus pasos contados en el abismo de Lolonois (de quien, y de sus cómplices, hemos hecho relación compendiosa). Ahora trataremos de su segundo y semejante Juan Morgan, que no cedió al precedente en crueldades contra los españoles, ni en enormes ejecuciones contra multitud de inocentes.